Libro El Secreto de Jordania. Autor Esteban Fonseca Capdevila
A todos mis queridos seguidores y lectores, a todos los que encuentran en mis palabras entretenimiento, diversión o conocimiento hoy os quiero felicitar en un día tan importante para todos los lectores, «el día del libro». Como hijo, sobrino, nieto y primo hermano de catalanes también os quiero felicitar a los catalanes «feliz diada de Sant Jordi».  
Y pensando en el regalo que os puedo hacer en un día tan señalado se me ha ocurrido que a lo mejor os hace ilusión leer las primeras páginas de mi primera novela. Ando ahora en la búsqueda de editores para ver el que más me gusta y con el que me entenderé mejor.
¡Espero que os guste el aperitivo!


EL SECRETO DE JORDANIA

Aquella noche prometía ser calurosa, el sol entraba débilmente por los cristales
de la ventana principal del salón anunciando el final del día sin una sola brizna
de aire, normal para un 11 de julio en Madrid. Roberto Sellet leía con avidez un
tratado de la egiptóloga Christiane Desroches Noblecourt sobre la reina
Hatshepsut con sobresaltos continuos y muecas de emoción. Más bien parecía
que estuviese leyendo una novela de suspense.
Hacía tres años que Sellet visitó Egipto para realizar la tasación de una tabla
egipcia que fue donada temporalmente por el gobierno a un museo europeo;
fue entonces cuando, guiado por importantes egiptólogos, conoció los más
increíbles detalles del trabajo de Desroches para la salvación de los templos
amenazados por la presa de Asuán. El sonido entrecortado de su teléfono
móvil rompió la concentración total que unía en ese momento a Sellet con la
reina Hatshepsut. En la pantalla podía leerse la palabra “restringido”. Una voz
ronca y con cierta ansiedad le devolvió de inmediato al salón de su casa.
– Buenos días, señor Sellet, espero no haberle importunado a estas horas.
Sin duda lo había hecho y Sellet tuvo ganas de decírselo: “claro que me ha
importunado, ha estropeado un momento único en el antiguo Egipto junto a una
de sus más enigmáticas reinas”; su exquisita educación se lo impidió.
– No se preocupe. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
– Discúlpeme, soy el secretario personal del señor Francoise Lagstar. Mi
nombre es Andreu Saltier.
Sellet recordó de inmediato aquel nombre, sin duda, el de un reconocido
coleccionista de arte francés que atesoraba una de las más importantes
colecciones de arte del mundo árabe. Aunque nunca se había podido probar,
se decía que algunas de sus más valiosas piezas habían sido adquiridas de
forma no muy ética; no obstante, dentro del mundo de los coleccionistas, este
tipo de rumores era muy corriente, lo difícil era probar esas suposiciones.
– Está usted disculpado, conozco bien el nombre del señor Lagstar,
incluso tengo el placer de haber admirado y tasado algunas de las
piezas que hoy son de su propiedad.
– El motivo de mi llamada, profesor Sellet, es que, igualmente, el señor
Lagstar conoce muy bien su trayectoria profesional y considera que las
más acertadas tasaciones de sus obras han sido realizadas por usted,
aunque contratadas por la parte contraria en todos los casos.
El señor Lagstar está en tratos con un importante coleccionista jordano
que atesora una obra nabatea única de valor incalculable. Sabemos que
su conocimiento sobre el arte nabateo es indiscutible y nos gustaría que
realizase la tasación de la obra en Jordania.
Sellet, al oír “Jordania”, percibió una mezcla de sensaciones, sabores y
fragancias que definían perfectamente la palabra “exótico”. Desde su primera
visita a Jordania, y a pesar de su amplio conocimiento de todos los continentes,
había colocado a este país en lo más alto del ranking de civilizaciones de
interés. Jordania suponía para él la fusión más interesante de culturas, las
acrópolis romanas mejor conservadas del planeta, los mosaicos más
apasionantes y dignos de estudio, la suma de religiones con más fieles en el
mundo, en resumen, un apasionante espacio de la historia de la humanidad en
tan solo 500 kilómetros de norte a sur de este país que no paraba de dar
sorpresas a los arqueólogos.
– ¿Profesor, está usted ahí?
Sellet interrumpió su viaje mental:
– Sí, sí, continúo aquí, discúlpeme.
– Si cree que le puede interesar este trabajo ¿le parece bien que nos
veamos mañana?
– Sí, señor Saltier, le veré mañana a las 12:00h. en mi casa. ¿Tiene la
dirección?
– Sí, muchas gracias, señor Sellet, allí estaré puntualmente.
Al desconectar su pequeño teléfono, el profesor inició nuevamente un viaje por
sus recuerdos. Jordania le había aportado tanto en cada uno de sus viajes que
siempre deseaba volver. Recordó a sus amigos, sus colaboradores, miembros
del gobierno, guías especializados que hablaban en Español porque poseían
esta nacionalidad o jordanos que habían estudiado en España o en el Instituto
Cervantes, cuna del castellano en todo el mundo. Incluso recordó un antiguo
amor que pudo serlo y no fue, una bella jordana perteneciente a una de las
más importantes familias del país Jachemita. De este amor, Sellet aprendió que
la penetrante mirada de una mujer árabe puede enamorar al más duro de los
hombres.
Todavía con cientos de recuerdos agolpados en su cabeza se dio cuenta de
que acababan de contratarle para realizar una tasación complicada e, incluso,
peligrosa. El Gobierno Jordano no permitía que ninguna pieza nabatea saliese
de su país sin las autorizaciones pertinentes para ser mostrada en otros
museos del mundo. ¿Con quién estaría tratando Lagstar la compra de
semejante pieza? ¿Sería una pieza robada? ¿Sería un coleccionista jordano
que la poseía por herencia de sus antepasados?
Realmente todo esto poco debía importar a Sellet, ya que su trabajo consistía
en realizar una tasación de la pieza informando a su cliente del valor estimado
de la obra y la datación de la misma. Y aunque así debería ser, Sellet era una
persona reconocida por su ética profesional y personal, amante del arte y de la
protección total de toda obra o edificio que tuviese un mínimo valor artístico.
Siempre que se enfrentaba a una tasación este tipo de cuestiones le asaltaban,
pero al final vencía su profundo amor al arte, deseaba poder observar cuantas
piezas de interés existiesen en el mundo aunque solo fuese unos segundos. En
algunas ocasiones, ante un evidente delito, Sellet había acudido a la policía
aun a sabiendas de que todo el dinero invertido en un viaje para tasar una obra
no le sería pagado, ya que su cliente acabaría en la cárcel.
Pero para él lo más importante era dormir tranquilo con la conciencia limpia. En
otras ocasiones el delito no era tan evidente y siempre se quedaba con la duda
sobre si habría obrado bien al realizar aquella tasación.
Aquella noche Sellet no paró de dar vueltas en su cama, la emoción le
embargaba, deseaba regresar a Jordania y encontrarse con la misteriosa pieza.
Entre desvelos aparecían imágenes de piezas muy valiosas que, en otras
ocasiones, había podido tocar con sus manos, pero cuando intentaba hacer un
boceto o representar la obra con la que quería trabajar en esta ocasión, una
sombra negra le impedía ver nada. Entre sueños y despertares acompañados
de sudores, Sellet pasó mal la noche.
La luz de la mañana le despertó, en el reloj digital brillaban los dígitos 06:30,
las sábanas empapadas de sudor le recordaban la noche que había pasado.
Cuando se disponía a preparar una taza de té, el sonido de su teléfono móvil
le sobresaltó. En la pantalla, como el día anterior cuando recibió la llamada de
Saltier, aparecía la palabra “restringido”.
– ¿Dígame?
Como respuesta escuchó un extraño sonido, un golpe seco, y a continuación la
señal de que la comunicación se había cortado.
– Espero que no fuera Saltier para anular la cita.
Sellet continuó preparándose su té con “nana”, como dicen en Arabia, con
menta en castellano. Adquirió la costumbre de tomar té en su primer viaje a
Marruecos y consolidó su consumo frecuente a partir de su primer viaje a
Jordania. Después de tantos años se había convertido en un especialista en la
elaboración de esta deliciosa bebida que solía beber con hielo en verano.
Aquella bebida tenía la propiedad de transportarle al mundo árabe. Recordó el
magnifico té que en innumerables ocasiones había tomado en las jaimas de los
beduinos del desierto de Wadi-Rum en Jordania.
La sintonía de su móvil le interrumpió de nuevo.
– ¿Pero quién demonios puede llamar a estas horas?
En la pantalla apareció nuevamente la palabra “restringido”.
– ¡No me lo puedo creer! ¿Dígame?
– ¿Señor Sellet?
– Sí, dígame. ¿Con quién hablo?
– Discúlpeme señor Sellet, soy Saltier.
– ¿Le ocurre algo? Su voz suena más ronca y hace unos minutos recibí
una llamada que creía ser de usted.

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